miércoles, 29 de febrero de 2012

La teshuvá



En la parashá de Nitzavim (Deuteronomio 29:9-30:20) está el capítulo que trata de la Teshuvá, que es una expresión en hebreo (תשובה, de la raíz ‘sh.v.’ ש"ב) que puede ser traducida por el Arrepentimiento o por el Retorno. En este caso deberemos preferir la del Retorno. No se trata de un retorno particular, sino del Retorno del Pueblo Judío a su Patria, a la Tierra que el Creador juró a nuestros antepasados, a los Patriarcas y a sus descendientes.

Los capítulos anteriores, especialmente el 28, pero también el 29, hablan del gran castigo que espera al Pueblo en caso de no cumplir los Mandamientos del Creador. Por desgracia estas profecías se han cumplido y hemos recibido todos los castigos descritos en estos capítulos. 

Nuestros Sabios explican que cuando hay una profecía negativa, un decreto en contra de Israel, nuestra misión es procurar abolirlo, hacer todo lo posible para que no se cumpla. Y de todos modos, si llega a cumplirse nosotros podemos decir que hemos hecho todo lo posible, sin desanimarnos un solo momento, para que el desastre no ocurriera. 

Y seguimos esforzándonos para que desaparezca lo antes posible, y no queremos ‘acostumbrarnos’ a la nueva realidad, sino que hacemos todo lo posible para reparar el error, para eliminar el motivo del castigo.

La peor maldición que aparece en estos capítulos es la diáspora, la explulsión de los judíos de su Patria. Es el colmo de la desgracia, y por esto aparece al final de la lista de maldiciones.

Y una de las características de esta maldición es que tenemos la tendencia a pensar que no es un castigo divino, sino una consecuencia de las desgracias que le han precedido. Pensamos que el castigo es la destrucción del Templo a manos de los romanos, y que la dispersión que viene a continuación es sólo la consecuencia de la desaparición de este núcleo de vida judía.

Por esto tardamos mucho en comprender que la diáspora también es castigo divino y necesitamos que otras naciones nos lo expliquen. Sólo cuando vemos que los polacos, los griegos y los serbios reclaman su independencia nacional, nos damos cuenta que nosotros también somos una nación oprimida, y empezamos a añorar nuestra Patria, y empieza el deseo de retornar a ella, y nos damos cuenta que la dispersión bimilenaria también era un castigo divino.

Por supuesto que durante toda la época de la Diáspora siempre hubo judíos conscientes de ello, que comprendían perfectamente que no era una simple consecuencia de un desastre anterior, sino un desastre en sí, y como tal debía ser comprendido como un castigo divino. Pero la mayoría del Pueblo no lo entendía. 
Para ellos no era más que una realidad diaria contra la cual no teníamos nada que hacer. Al igual que aceptaban la peste, la suciedad, etc. como cosas inevitables y por lo tanto les costaba comprender que fueran castigos y que debieran ser reparadas por nosotros cuanto antes mejor.

Ahí llega el capítulo del Retorno, que es también de Arrepentimiento, y regresamos. En primer lugar nos damos cuenta que estamos en la Diáspora, lejos de casa, y que esto es un castigo. Esta expresión en hebreo usa el verbo ‘retornar al corazón’ (‘vahashevotá el levaveja’ והשבת אל לבבך en el versículo 1º) refiriéndose a la reflexión sobre la situación en que estamos.

Pero esto no basta. El segundo versículo habla del regreso al Creador y escuchar su voz. La expresión en hebreo es ‘regresarás hasta el Creador’ (‘veshavtá ad haShem’ ושבת עד ה' ), teniendo en cuenta que la preposición ‘ad’ significa ‘hasta’ pero ‘quedándose fuera’ = ‘te acompaño hasta tu casa, pero me quedo fuera’. Lo cual significa que comienza un proceso nacional de Retorno ‘hacia’ el Creador, pero sin llegar al Creador mismo. O sea, un proceso ateo, completamente secular, sin entender aun que se trata de un proceso divino.

Después de estos dos primeros pasos, la reflexión y la predisposición a cumplir la misión (del retorno), el Creador nos abre las puertas y nos permite el regreso físico a nuestra Patria Ancestral: el versículo tercero que dice ‘regresará (sic) el Creador a tus retornantes, y volverá a reunirte de entre todas las naciones en las que te dispersó’ (en hebreo: ‘veshav haShem E’lohéja et shevutjá... veshav vequibetsjá micol ha’amim’ ושב ה' א-לוקיך את שבותך... ושב וקבצך מכל העמים ).

Luego viene un proceso extraño, de circuncisión de los corazones (versículo 6), destinado a que el Pueblo que hasta ahora participa en un proceso ‘secular’, comprenda que en realidad se trata de un proceso profético, divino, y que es el Creador que nos había mandado a la Diáspora y que el retorno está ligado a una vida más conectada a la voluntad del Creador.

Y, efectivamente, en el versículo 8 el Pueblo vuelve a dar un paso al ‘volver a escuchar’ la voz del Creador (‘veatá tashuv veshama’tá’ ואתה תשוב ושמעת ), compensado en el versículo 9 cuando dice que el Creador ‘volverá a alegrarse’ (yashuv haShem lasús aléja letov’ ישוב ה' לשוש עליך לטוב ). Y termina diciendo, en el versículo décimo, que ‘volverás al Creador’ (‘tashuv el haShem’ תשוב אל ה') y aquí usa otra preposición, ‘el’ que también significa ‘a’ o ‘hacia’, pero con el significado inclusivo de ‘llegar y entrar’ a la meta, o sea, el reconocimiento de que todo esto era en realidad un proceso divino en el cual tenemos el honor de tomar parte positiva, al regresar nosotros mismos a la Patria ancestral y al ayudar a nuestros hermanos a realizar el proceso.

LA PROHIBICIÓN DE LA SANGRE
La Torá dice en varios lugares (Levítico 7:26-27; Deut. 12:16-17 y 23-25; etc) que está prohibido comer sangre. No porque sea algo malo o nocivo, sino todo lo contrario, ya que la sangre tiene propiedades muy saludables y hay muchos pueblos que la consumen cruda o cocida, sola o mezclada con otros alimentos. La Torá dice que por ser tan buena, la sangre es la parte más importante del sacrificio que se hacía en el Templo, que la derramaban sobre el altar, y por esto nos está prohibido consumirla.
La Torá dice explícitamente que solo la sangre de los mamíferos y de las aves nos está prohibida, pero la de los peces y de los saltamontes (que según la Torá son casher, pero no sabemos reconocer las especies permitidas) puede beberse sin ningún problema (solo que si está sola en un recipiente, hay que poner escamas del pez, para que la gente comprenda que se trata de sangre de pez, etc).
Ya sabemos que la Torá impone diferentes castigos, que actualmente no se aplican, según la gravedad de las trasgresiones. Los más graves son, por supuesto, las (cuatro tipos de) penas de muerte y la llamada caret, o extirpación, que significa que el que haya cometido una prohibición de caret está extirpado de la vida futura, a no ser que haga teshuvá. Luego vienen las trasgresiones cuyo castigo era la flagelación (malqot), y luego las que basta con pagar una multa, etc.
Entendido esto, podemos explicar que tan solo la sangre que sale al degollar el animal o la que está dentro del corazón tiene la prohibición de caret, pero la sangre de las heridas, o la que está en las venas y los capilares de los miembros del animal, tiene solo la prohibición de malqot.
Y esta sangre que está en los miembros del animal, solo está prohibida (con malqot) cuando sale de un lado a otro mientras la cocinan, pero si queremos comer la carne cruda, no es necesario salarla ni asarla, sino que basta con limpiarla de la sangre superficial y ya está.
Pero si queremos cocinar la carne, debemos antes casherizarla adecuadamente, salándola con gran cantidad de sal durante por lo menos una hora, para asegurarnos que no quede nada de ella. Y para esto hay muchas leyes de como hacerlo con cada uno de los miembros especiales, como el corazón, el hígado, el cerebro, etc. Por desgracia, en las últimas décadas ya no se aprende en casa como casherizar la carne, ya que la compramos congelada y preparada.
En cuanto a la sangre de los huevos de aves, si sabemos que proviene del comienzo de la creación del pollito, o sea, que el huevo ha sido fertilizado por el gallo, la sangre está prohibida por la Torá, pero si no lo está, está permitido según la Torá, pero los Sabios lo prohibieron.
En los huevos fertilizados, los llamados cigotos, si aparece una gota de sangre, la costumbre es tirar todo el huevo, a pesar de que hay Sabios que permiten consumir el huevo mientras no esté la gota de sangre en la chalaza (el cordón albuminoso que sujeta la yema a la membrana de la cáscara) o en la yema, pero si aparece en la clara y aun no se ha expandido, se tira la sangre y el huevo puede comerse.
Pero si el huevo no ha sido fertilizado, solo la sangre está prohibida por los Sabios, se tira y puede comerse el huevo.



¡Sorpresa, sorpresa! El Shulján aruj (cap. 66, clausula 8 hagahá) dice que no es obligatorio comprobar si los huevos tienen sangre o no, ya que la mayoría no tienen, y se acostumbra a comprobarlo sólo cuando se prepara una comida con huevos durante el día (que hay luz) para ver si tiene sangre. Igualmente, está permitido comer huevos duros (o escalfados, o incluso sorberlos crudos) a pesar que no se puede comprobar si tienen sangre o no.

Completamente ridículos, por lo tanto, los famosos Libelos de Sangre en los que se acusaba, en el pasado e incluso en el presente, a los judíos de beber la sangre de los niños cristianos o de usarlos para amasar harina para preparar la matzá como parte de un rito ocultista. 

El Mandamiento que cumplimos al evitar comer la sangre nos lleva, por el contrario, a sentir verdadera repugnancia por cualquier alimento que contenga sangre e incluso por la mera visión de ella.

La Mística Judía



Se ha puesto muy de moda en las últimas décadas el estudio de la Mística Judía. No significa que sea un tema moderno, inventado hace poco, sino que actualmente está al alcance de cualquier persona, tanto por medio de cursos internéticos como por medio de libros que están escritos en un lenguaje que cualquier persona puede comprender.

En primer lugar deberíamos intentar comprender qué es exactamente la mística judía.

La palabra en sí “mística”, significa que nos ocupamos de algo ‘misterioso’ o ‘escondido’, algo que no está al alcance de la gente que no esté preparada para ello.

Los Sabios de Israel, en una Mishná del Tratado de Meguilá, está prohibido enseñar temas determinados en público, ni siquiera en un grupo pequeño, sino de maestro a alumno. E incluso así, no se puede explicar el tema, sino únicamente presentar la lista de los temas, los titulares, y si el alumno está adecuadamente preparado, ya lo entenderá por sí mismo; y si no lo entiende, significa que no está correctamente preparado para ello.

Para evitar que los textos sagrados cayeran en manos inadecuadas, la mayoría de las nociones fueron ‘escondidas’ dentro de parábolas o ejemplos muchas veces extraños e ilógicos. Así, quienes los leyeran sin estar preparados, se lo tomarían como leyendas sin sentido y no alcanzarían su verdadero sentido. De esta forma hay muchos textos en el Talmud, repartidos entre todos sus diferentes Tratados, o en los Midrashim, o sea, la exégesis bíblica, que transmiten estos conocimientos místicos disfrazados como leyendas o anécdotas, sentencias o máximas, que nos pueden parecer muy extrañas y carentes de sentido.

Además, las explicaciones que dieron los Sabios más tardíos sobre aquellos textos crípticos, son casi siempre tan raros o parciales como el original, y muchas veces da la impresión de que la explicación lo complica más. Añadamos a lo antedicho que la mayoría de las explicaciones fueron escritas con abreviaturas y acrósticos que dificultan su lectura y entendimiento.

En la Edad Media apareció un nuevo texto que era desconocido como tal hasta entonces: el zóhar. Según la tradición judía, se trata de las enseñanzas de un Sabio de finales del siglo primero y principios del segundo, llamado rabí Shimón bar Yojay, que fueron trasmitidas oralmente de maestro a alumno hasta que fueron puestas por escrito en España en el siglo trece.

En este libro aparecen por escrito unas enseñanzas sobre la Creación del Mundo, el modo en que el Creador lo sigue guiando hasta el día de hoy y de qué forma llevará a cabo la Redención. La Creación fue llevada a cabo de una forma evolutiva, de nivel a nivel, compaginando la base de bondad con la necesidad de la justicia, hasta llegar al Mundo que conocemos. Estos mismos niveles, llamados ‘esferas’ o ‘sfirot’, sirven para trasmitir las bendiciones del Creador hacia nosotros y para que nosotros aportemos nuestros esfuerzos para mejorar y completar la obra de la Creación.

GENUFLEXIONES Y POSTRACIONES



Varias veces en la Torá podemos encontrar un mandamiento muy especial: el de postrarse ante el Eterno. 

Así lo dice el Libro del Deuteronomio en el capítulo 26, versículo 10, refiriéndose a aquellos que vienen a ofrecer sus primicias al Eterno. Pero la verdad es que no lo encontramos como mandamiento explícito más que en este lugar: el resto de las veces se trata o del relato de la postración de nuestros patriarcas ante el Eterno, o del relato negativo y la prohibición de postrarse ante falsos dioses.

Pero luego, en los Profetas y los Hagiógrafos sí que podemos encontrar más citas de la postración como mandamiento o incluso obligación. En los Salmos aparece muchas veces.

Una de estas veces, en el Salmo 95 versículo 6, nos da tres fases diferentes: “Venid, postrémonos e inclinémonos; arrodillémonos delante el Eterno”. (Hay otra posibilidad, la llamada “qidá” קידה o inclinación de cabeza).

Las tres fases, en hebreo, se dicen “hishtajvayá” (השתחויה)– postración; “cri’á” – inclinación (כריעה) y “brijá” – genuflexión (בריכה). Postrarse significa echarse al suelo por completo, sobre el vientre, con los brazos y las piernas extendidos y la cara ‘metida’ en el suelo. Inclinarse significa doblar la cintura hasta formar un ángulo recto, mirando hacia el suelo. Y arrodillarse, es poner las rodillas en el suelo sin inclinar el cuerpo, con la cabeza alta.

Por otra parte, hay una prohibición interesante, que dice que está prohibido poner una piedra en nuestro país para postrarse sobre ella (Lev. 26:1). O sea, que está prohibido postrarse, aunque sea al Eterno, encima de una piedra mientras no sea en el Templo. Por lo tanto, cuando hay baldosas o piedras en el suelo, no podemos postrarnos o arrodillarnos, pero sí podemos inclinarnos.

La verdad es que, si bien parece que hasta hace menos de mil años aun se practicaba la postración en la oración diaria, con la condición de poner esteras o alfombras en el suelo para evitar que fuera sobre las baldosas, esta costumbre desapareció del culto diario y se conserva solo en las oraciones de Rosh Hashaná y Yom Kipur, en la oración de “Alenu leshabéaj” intercalada en la Amidá del Jazán, y en el relato del Trabajo del Cohén Gadol en Yom Kipur.

Por lo tanto, hemos cambiado la postración por un ‘conato’ de adoración. El Shulján Aruj (apartado 113) dice que hay que doblar la cintura y la cabeza. Los comentaristas del Shulján Aruj aportan la instrucción del AríZal que dice cuando se dice la primera palabra “Baruj”, hay que doblar las rodillas como si fuéramos a arrodillarnos, y al pronunciar la segunda palabra “atá” hay que doblar el cuerpo por la cintura ‘hasta que revienten las vértebras’, y cuando llegamos a la tercera, que es el Nombre del Eterno, nos levantamos. O sea, que hacemos una muestra de “brijá” seguida de una “cri’á”. Hay sidurim que no explican todo esto, sino que se quedan con lo que dice el Shulján Aruj, que hay que inclinarse, sin especificar.

Pero, ¡cuidado! el Shulján Aruj, en el mismo apartado, cita el Talmud que dice que estas postraciones se hacen únicamente al principio y al final de dos bendiciones de la Amidá: la primera bendición, la de los Patriarcas, que termina diciendo “Baruj atá A. Maguén Avraham”, y la de Modim (la penúltima), que comienza diciendo “Modim anajnu laj” (y aquí la primera fase, el conato de arrodillamiento, se hace en la primera palabra ‘modim’, la segunda fase, doblar el cuerpo, en la palabra ‘anajnu’ y nos levantamos al decir ‘laj’) y al final de esta bendición, cuando dice “Baruj atá A. hatov shimjá uljá naé lehodot”. En todas las otras bendiciones de la Amidá está prohibido postrarse (y al dar los tres pasos hacia atrás, dice Maimónides que también debemos postrarnos – “cri’á”).

Es más, el Talmud (Brajot 34b) dice que había una diferencia entre las oraciones del ‘pueblo’ y las del Cohén Gadol (el Sumo Sacerdote) y las del Rey. Como ya hemos dicho, el pueblo se postraba (y en aquel tiempo lo hacían en el suelo, y más si era en el Templo) solo en estas dos bendiciones, como hemos explicado, mientras que el Cohén Gadol lo hacía al principio y al final de cada bendición. Y el Rey, de la estirpe de David, se postraba solo al comenzar la primera bendición y se quedaba así postrado hasta el final de la oración, y explica el comentarista Rashi, que cuanto mayor es, más debe humillarse ante el Creador.

Todo esto se refiere a la oración de la Amidá, tanto de dias laborales como de festivos. En cuanto a la costumbre de postrarse al decir “Barjú” o al recitar diariamente el “Alenu leshabéaj”, la costumbre es de inclinar un poco la cabeza y el torso (“qidá”), pero no se hace como en la Amidá.


Celebrando el Yom Yerushalayim, la reconquista de la Ciudad de Yerushalayim en la Guerra de los Seis Días, recemos para que podamos cumplir la halajá de postrarnos (“hishtajvayá”) ante el Eterno en Su Casa reconstruida en vida nuestra.

Envidia, lujuria y vanidad



“La envidia, la lujuria y la vanidad sacan al hombre del Mundo” (Pirqué Avot 4:20)

Envidia, lujuria y vanidad. Son tres vicios muy feos, anti humanos.

Y nos falta entender, también, a qué ‘Mundo’ se refiere.

El alma humana tiene diversas funciones. Maimónides dice, en el prólogo a Pirqué Avot, que hay tres funciones principales, la Natural, la Vital y la Espiritual. La Natural es la que recibe el alimento, expele las sobras y le hace crecer, y de esta función, en su cara negativa, viene igualmente la lujuria, el deseo carnal. 

La función Vital se encarga del movimiento, la acción, y de ahí viene la envidia, el odio y la venganza, y según los Sabios reside en el corazón. La tercera función es la Espiritual que es la sede de los cinco sentidos, del pensamiento, la imaginación, el entendimiento y la memoria, y reside en el cerebro, y su cara negativa es la vanagloria.

Cuando estas funciones actúan correctamente, le dan al hombre su verdadera personalidad, y le permiten cumplir con su misión en Éste Mundo.

Pero cuando se salen de sus límites y actúan de forma desenfrenada, que es lo que llamamos ‘vicios’, el hombre pierde la oportunidad de llevar a cabo la tarea que el Creador le ha impuesto en Éste Mundo. Se autoexcluye de las funciones que el Creador le ha impuesto en Éste Mundo. A esto se refiere el refrán de los Sabios.

Pero también quedará excluído de su ‘lugar’ en el Mundo Futuro, ya que al no cumplir su tarea en Éste, poco le quedará en el Futuro. 

¿Dónde habla la Torá de la obligación de lavarse las manos?


netilat yadayim

la pureza de las manos

Pues la verdad es que la expresión esta de ‘lavarse las manos’ aparece solo una vez en la Torá, con respecto a la purificación del hombre que ha sufrido un flujo de blenorragia o gonorrea. En caso de haberla sufrido tres veces consecutivas, dice la Torá (Levítico 15:11) que todo lo que toca este hombre mientras no se haya lavado las manos, quedará impuro.
La verdad es que los Sabios ya explican en el Talmud que en realidad no se trata de lavarse simplemente las manos, sino de finalizar todo el proceso de purificación que dura una semana desde el momento en que termina el flujo, y al final del séptimo día tiene que sumergirse no en un miqvé normal sino precisamente en un manantial

Decreto de los Sabios.

Total, que en ningún lugar de la Torá se habla del lavatorio de manos como obligación de purificarse las manos. La obligación comenzó con un decreto de los Sabios que dieron un grado de importancia a las manos, ya que siempre están manoseando las cosas, y por lo tanto son más propicias a tocar cosas impuras. Así pues, mientras no tengas cuidado de guardar tus manos puras, seguramente habrán tocado algo impuro y tienes la obligación de purificarlas.
Bueno, no exactamente ‘obligación’, ya que no estamos obligados a permanecer puros, mientras no estemos ocupados con los sacrificios del Templo, y eso no le ocurre a la mayoría de la gente, y más, a los que viven lejos de Yerushalayim. Pero había una excepción: los ‘cohanim’ (sacerdotes) podían recibir la trumá, o sea una de las prestaciones que se sacaba de los frutos y de la masa del pan antes de cocerlo, que el cohén debía comerlo en estado de pureza, y esto podía ocurrir en cualquier lugar, aunque estuviera muy lejos del Templo.

Los Sacerdotes del Templo

Por lo tanto, antes de comer pan (que era el ejemplo más corriente y cotidiano de la trumá) debían lavarse las manos, aunque supieran que no tenían ninguna impureza, mientras no hubieran prestado atención especial de que no hubieran tocado ninguna impureza.
Ya les debía costar mucho a los cohanim cumplir con este requisito cuando los Sabios decidieron que, según el Talmud para ayudarles, cualquier judío que quisiera comer pan debería también lavarse las manos como si fuera un cohén. Más tarde añadieron la explicación que cada uno de nosotros debe comer el pan cotidiano como si fuera un cohén, lavándose las manos como si estuviera en el Templo, para añadir así importancia y pureza a su comida diaria.
Y de aquí viene la obligación, ahora sí: ‘obligación’, impuesta por los Sabios, de lavarse las manos (hacer la netilá) antes de comer pan.

Condiciones para el lavado de las manos

Las condiciones para el lavatorio de manos (netilá, o netilat yadáyim) están en un Tratado de la Mishná llamado precisamente “yadáyim” = ‘manos’. Allí nos explican que normalmente, para ahorrar agua, se usaba una cantidad mínima de agua para el lavatorio de las dos manos, la llamada revi’it, o sea un ‘cuarto’ de log, que viene a ser, según la terminología rabínica, la capacidad de ‘un huevo y medio’. Y este volúmen, según Maimónides corresponde a unos 75 centímetros cúbicos, y según otros Sabios contemporáneos, unos 86 cm² o incluso 149 cm². Según los datos que he podido encontrar, un huevo de gallina tiene un volumen de unos 60 ml=cm², y por lo tanto uno y medio serán unos 90 ml. Podéis comprobarlo vosotr@s mism@s. El agua debe venir a nuestras manos desde un utensilio ‘entero’, no roto, y que el agua salga libremente y no en chorro demasiado fino.
Entre paréntesis diré que hay muchos rabinos que afirman que podemos tomar nosotros mismos las medidas, como hacían nuestros antepasados que no necesitaban más fórmula que la que veían sus propios ojos, mientras que la mayoría dice que debemos atenernos a las fórmulas recibidas de nuestros Sabios. Y cuando se trata de una duda de algo de la Torá, por si las moscas exageraremos hacia arriba, pero en dudas sobre decretos rabínicos, como el que nos atiende aquí, basta con tomar la minimalista.
De todos modos, con una revi’it bastaba para lavar las dos manos, y la halajá dice que cuando lo haces así, debes derramar dos veces el agua sobre cada mano, mientras que si tienes una revi’it para cada mano, basta con verter una sola vez en cada mano. Para hacernos una idea, una botella de vino contiene 750 ml., que deberían bastar para lavarnos cada una de las dos manos unas cuatro veces, y los utensilios que venden para lavarse las manos, ‘wassernagel’ en yiddish, o ‘natla’ en hebreo, son incluso más grandes. O, si queréis, un vaso normal de vino contiene unos 160 ml. Podéis medirlo con un biberón...
Cuando se hace el lavatorio con la cantidad mínima, debemos vigilar que el agua que haya salido de la mano en dirección a la muñeca no regrese a la mano, y por eso hay que levantar las manos hacia arriba. Hay una explicación jasídica que dice que las levantamos para ponerlas a la altura de nuestro cerebro. Pero cuando usamos una cantidad de más de 90 ml para cada mano, no hay necesidad de levantar las manos (sólo según la explicación jasídica).
¿Cuántas veces debemos verter el aua sobre cada mano? El Shulján Aruj dice (cap. 162, cláusula 1) que si vertemos un revi’it de un golpe sobre las dos manos, ya basta, y no es necesario levantar las manos. La hagahá dice que si hechamos tres veces el agua sobre cada manos, no será necesario preocuparnos más, pero el mishná brurá (15) dice que mejor hechar revi’it de un solo golpe sobre cada una de las dos manos.
Normalmente aceptamos la norma que el agua debe llegar a toda la mano, hasta la muñeca, pero parece que la Mishná, y el Shulján Aruj, se refieren solo a los dedos, por lo tanto en caso de urgencia (una herida en la palma de la mano, etc), bastará con lavar solo los dedos.

purificación

Las manos deben estar ya completamente limpias antes de hacer el lavatorio, ya que con éste no intentamos limpiarlas sino purificarlas, y por lo tanto debemos comprobar que estén perfectamente limpias, o sea, sin nada pegado a ellas: pasta, barro, etc, y completamente secas antes de hacer el lavatorio, cuidando que la mano que ya está húmeda no toque la seca antes de verter el agua sobre ella.
En caso de no tener agua potable (que un perro sea capaz de beber) o que esté demasiado caliente, tenemos varias soluciones: podemos sumergirlas en el mar, aunque sea de agua salada (pero no hacer ‘netilá’ sino simplemente sumergirlas directamente en el mar, y decir ‘al tevilat yadáyim’); la segunda solución es refregarlas con algo que limpia (la pared, un trapo) y decir ‘al netilat yadáyim’; y la última posibilidad para poder comer pan cuando no tenemos agua es ponernos guantes (no cubrir el pan con un trapo, sino cubrir las manos) y entonces no poder decir ninguna bendición.
Y el último detalle, el agua debe venir por fuerza humana sobre nuestras manos. Al abrir un grifo, el primer chorro de agua se considera fuerza humana, pero no más adelante, por lo que deberemos abrir y cerrar varias veces.

La importancia de la netilá

El tema de la netilá no es tan difícil como pueda parecer. Lo que lo complica mucho son las costumbres que han quedado arraigadas y que causan las polémicas rabínicas, sobretodo en los últimos años, ya que los textos clásicos son muy claros y sencillos.



A pesar de ser un mandamiento rabínico, cuidaron de darle una importancia capital, como ya hemos dicho, para comparar nuestra comida (de pan) diaria con los sacrificios del Templo, y por lo tanto debemos cuidar de cumplir con este precepto con sumo cuidado.

La fiesta de Purim


Un poco de historia

Para hablar correctamente de la Fiesta de Purim no tenemos más remedio que estudiar un poco de Historia.
Estamos en los setenta años de exilio, después de la destrucción del Primer Templo de Jerusalén, hace unos dos mil quinientos años.
El final del Primer Templo fue horroroso: quedaron unos pocos miles de personas que fueron exiliadas a Babilonia en tres deportaciones: tres mil veintitrés en la primera, ochocientas treinta y dos en la segunda y cuatro mil seiscientas en la tercera. Ocho mil cuatrocientas cincuenta y cinco personas en total. Otros poquísimos quedaron en la tierra conquistada y se fugaron a Egipto con la ilusión de sobrevivir la catástrofe, pero allí fueron aniquiladas al poco tiempo junto con el ejército del Faraón Jofrá, como relata el Profeta Jeremías en el capítulo 44 de su libro.
Pero los exiliados en Babilonia prosperan y al cabo de varias décadas ya son decenas de miles de personas.

El regreso

Los reyes se suceden y llega la invasión meda, al mando del rey Darío y la persa al mando del rey Ciro. Éste último concede un permiso especial a todos los que habían sido deportados por los reyes babilónicos para que regresen a sus países de origen y reconstruyan los templos de sus dioses. Y entre ellos se ven beneficiados también los judíos, que reciben permiso para regresar a su país y a reconstruir el Templo de Jerusalén.
El problema es que la mayoría de los judíos prefieren quedarse en Babilonia, donde se han asentado y han recibido una independencia interna y un estatus social muy alto. En total se deciden a repatriarse sólo cuarenta y dos mil trescientas sesenta personas, bajo el mando del virrey Zerubavel y de Serayá el Sumo Sacerdote. El Talmud dice que los repatriados eran en su mayoría la escoria de la sociedad, que dejaron a la judería babilónica limpia de problemas.

Los samaritanos y los amalequitas

Los judíos que llegan a su país comienzan a reconstruir su país y su Templo, bajo la constante amenaza de los samaritanos. Este pueblo había sido importado por los reyes babilónicos y habían ocupado gran parte del territorio del antiguo reino de Israel, y ahora se veían amenazados por el regreeso de los judíos y por lo tanto hacían todo lo posible por impedir la reconstrucción de un reino judío y de un Templo que atraería a más judíos. Y éstos se ven apoyados por los amalequitas, el eterno enemigo de los judíos.
Una de las tretas que intentan para ello es el envío de unos consejeros que convenzan al rey sobre el peligro que puede presentar para el persa la reconstrucción del reino judío y de su Templo. Y consiguen que el rey, ya el sucesor de Ciro, llamado Ajashverósh, Jerjes o Asuero, que la reconstrucción sea interrumpida. Todo esto puede leerse en los primeros capítulos del Libro de Esdras, del uno al quinto.
Y aquí empieza el relato de la Meguilá de Ester. El nombre de uno de los mensajeros es Hamán el Amalequita, que llega a ocupar el puesto de primer ministro en el gobierno de Ajashverósh, y que no se contenta con la abolición del decreto de Ciro sino que comienza con un plan nazi de humillación de los judíos que conduzca hasta su exterminio, como siempre han hecho los amalequitas a lo largo de nuestra historia.

La reina Ester

El libro de Ester nos presenta una sociedad promiscua y lasciva, con banquetes que duran medio año y concursos de reina de belleza para que el rey pueda elegir su nueva esposa, y que por cierto continúa incluso después de haber elegido a Ester como esposa, con la esperanza de encontrar otra incluso más bonita...
La imagen de Ester ha sido siempre admirada por los anussim, ya que representa el papel de una judía que se ve privada de la posibilidad de cumplir abiertamente con sus creencias o de publicar su verdadera identidad, y que a pesar de todo sigue cumpliendo sus obligaciones como judía.
Pero yo creo que el verdadero mensaje que nos enseña la Reina Ester es el del compromiso cuando su primo Mordejay le da a conocer el peligro en que se vé todo el Pueblo Judío. Ester prepara un plan maquiavélico para hacer caer al primer ministro: es un plan que podría servir de base para un best seller sobre las intrigas de palacio. Pero Ester no se olvida de un ingrediente que raras veces se encuentra en las novelas de suspense: la intervención divina, pero no esporádica sino convocada por la reina y por todo el Pueblo.

El banquete

Lo intrigante es precisamente eso: ¿por qué el Creador permite que el Pueblo llegue a una situación tan desesperada?
La respuesta está en lo que vimos al comienzo. El Pueblo Judío ha sido invitado (por el Creador, por medio de Ciro, su ungido) a restaurar su país y a reconstruir su Templo. Y la reacción del pueblo ha sido desesperante: no quieren moverse de su diáspora, se sienten muy bien como minoría irresponsable, en un país que se aprovecha de su talento y de sus habilidades. Han empezado a reconstruir el Templo y no parecen inmutarse al ver la empresa interrumpida. No hay más remedio que sacudirlos de mala manera para que entren en razón: un decreto de exterminio.
En realidad, el sosiego y la ecuanimidad con que reciben la invitación a participar en el gran banquete del rey parecen surrealistas. Se trata de un banquete para celebrar la victoria del rey nada menos que sobre la profecía de Jeremías que decía que al cabo de setenta años de diáspora, los judíos regresarían a su país y reconstruirían el Templo, y he aquí que solo han regresado unos pocos y el rey ha dado orden de paralizar la reconstrucción del Templo. El rey le ha ganado el pulso al profeta (y al Creador que lo ha mandado) y lo celebra con un festín que dura ciento ochenta días, medio año. Y los judíos acuden al festín. De mala gana, tal vez, pero acuden. ¡¿Cómo es posible?!

Después del milagro

Ya conocemos el resultado: en lugar de colgar al primo de Ester, Mordejay, son el primer ministro y sus múltiples hijos los que llegan a la horca, y los judíos luchan por su vida y matan a los amalequitas que los amenazaban.
Pero eso no es todo. El libro de Esdrás, con el que habíamos comenzado, continúa en los capítulos 6 y 7 diciendo que se renovó la reconstrucción del Templo e incluso la repatriación en otras sucesivas olas de inmigrantes judíos que reforzaron a los que ya estaban en la patria ancestral.
Por desgracia, aun después de la gran amenaza que representó el decreto de Hamán, los judíos no aprendieron la moraleja y durante los siglos que duró el Segundo Templo de Jerusalén, se mantuvo una prestigiosa comunidad judía en Babilonia, que hacía la competencia a la de Israel. El Templo no recuperó la reputación y notoriedad que había tenido antes de su previa destrucción, y los judíos no recuperaron su independencia, salvo unos años que siguieron a la revuelta de los macabeos.

La alegría de Purim

La alegría de Purim no debe ser tan solo por haber superado la crisis generada por el decreto de exterminio, sino por las puertas que abrió al posibilitar la continuación de la inmigración y de la restauración del Templo.
La imagen de la reina Ester es la imagen de la Shejiná, la Presencia Divina, que espera la oportunidad de regresar a Su Casa y de reunirse con sus hijos que regresan de una larguísima ausencia de casi dos mil años. El vino es el símbolo del misterio que mantiene vivo a nuestro pueblo a pesar de los infinitos enemigos que le persiguen e intentan exterminarlo, tanto si son conscientes de ello, como si se sirven de excusas políticas o sociales para intentarlo.
El Rey, que aparece innumerables veces en la Meguilá, hace referencia al Rey de Reyes, que urde de incógnito detrás del bastidor y no se deja ver mientras nuestro Pueblo esté en la Diáspora. Un rey que nos pone a prueba y que intenta despertar nuestro interés por una independencia política, social, económica y sobre todo religiosa, el retorno a nuestra identidad, particular y nacional.

¡Feliz fiesta!

¿Qué quería Mordejay?



La fiesta de Purim

introducción

La fiesta es la conmemoración de un acontecimiento en la capital del imperio persa, cuando el rey había decretado el exterminio del pueblo judío y gracias a unas intrigas de la corte, se consiguió un permiso y los judíos pudieron defenderse y se salvaron del exterminio.
Pero debemos fijarnos en el acto que, según la Meguilá, fue el causante de este decreto. En el capítulo tercero nos cuenta que el primer ministro recién nombrado del gobierno, Hamán, recibió un permiso especial por el que se obligaba a todos los que se cruzaran por su camino a postrarse ante él. Uno de los miembros del Tribunal Supremo del imperio, llamado Mordejay (= Mardoqueo) al parecer se negaba a postrarse ante él, y sabiendo el primer ministro que se trataba de un judío, decidió pedir permiso para decretar el exterminio de todos los judíos del imperio persa.

antisemitismo

Ante todo, podemos apreciar que la reacción del primer ministro Hamán es completamente antisemita. No se contenta con matar al que le ha ofendido, sino que proyecta la transgresión a todo el pueblo. En realidad, nos está diciendo lo que ya sabemos por experiencia, que todos los judíos somos mutuos responsables. Cada judío es el representante de todo el Pueblo de Israel ante el resto de las naciones. Esto también se da con otras nacionalidades, pero los judíos siempre reciben una atención especial.

kidush haShem

El comportamiento de un judío ante un público de gentiles puede causar la santificación del Nombre del Creador (kidush haShem), cuando da buena impresión por su comportamiento impecable, afable o empático, o al contrario, la profanación del Nombre del Creador (jilul haShem) cuando da un mal ejemplo.
Los antisemitas recalcan los estrechos lazos nacionales que nos unen, fijándose por supuesto en los aspectos negativos del representante que adjudican, con o sin razón, al resto del pueblo.
La Meguilá nos aporta el punto de vista de Hamán cuando éste se presenta ante el rey para pedir el permiso para decretar el exterminio del pueblo judío. Sus razones son las siguientes (Ester 3:8-9):
8 Y dijo Hamán al rey Ajashverosh (Asuero): Hay un pueblo esparcido y dividido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus costumbres son diferentes de las de todo otro pueblo, y no observan las leyes del rey; y al rey no viene provecho de dejarlos. 9 Si place al rey, escríbase que sean destruidos; y yo pesaré diez mil talentos de plata en manos de los que manejan la hacienda, para que sean traídos a los tesoros del rey.

Pueblo esparcido y dividido

En primer lugar: un pueblo esparcido y dividido. Podemos ver que ya en aquella época, el pueblo de Israel estaba esparcido por doquier, no había ciudad en que no hubiera un barrio judío. Pero también vemos que ya estaban divididos entre ellos: no eran ashkenazitas y sefarditas, pero debían haber ya entonces grandes diferencias entre unos y otros.
Yo creo que estas diferencias son positivas, ya que demuestran que no somos un pueblo monolítico en que todos los habitantes son clones de un patrón estereotípico. En pueblo judío fomenta la libertad de expresión incluso cuando hay pautas claras de comportamiento. Pero para los que nos contemplan, puede darles la impresión de ser un pueblo completamente disgregado, peleados los unos con los otros y no son capaces de apreciar los colores del arcoíris.

Un Pueblo raro

“Y sus costumbres son diferentes”. Son un pueblo raro: tienen un aspecto diferente, se visten diferente, hablan diferente, tienen unas fiestas raras, unas nociones completamente diferentes de las que tienen los otros pueblos.
El “bicho raro” siempre tiene problemas. Nosotros tenemos la obligación de respetar y amar a los extranjeros, el extranjero tiene un estatus favorecido entre nosotros, apoyado por 36 órdenes expresas en la Torá que nos obligan a tratarlo a cuerpo de rey, tanto si quiere incorporarse como ‘neófito’ a nuestro Pueblo y religión (guer tsédec), como si solo quiere vivir entre nosotros (guer toshav).
Por supuesto que esta ha sido siempre una de las grandes excusas de los antisemitas para justificar el odio a los judíos: son unos bichos raros.
Muchos otros pueblos han emigrado de un lugar a otro, mezclándose con los lugareños. Algunos no intentan mezclarse y se mantienen aparte. El pueblo judío intenta siempre hacer ambas cosas: integrarse en la sociedad en que vive, sin dejar de conservar sus costumbres especiales.

no cumplen las leyes del rey

En el libro de Daniel, en el capítulo sexto, podemos ver un ejemplo ilustrativo cuando, después de que el rey Darío hubiera nombrado a Daniel su primer ministro, los otros ministros intentaron eliminarlo, sin encontrar ninguna excusa para hacerlo. Entonces se inventaron una: instaron al rey para que promulgara un decreto que fuera en contra de las leyes judías para que Daniel lo transgrediera y luego pudieran acusar a Daniel de haber transgredido las leyes del rey.
Daniel 5:1-13
1 Pareció bien delante de Darío constituir sobre el reino ciento veinte gobernadores, que estuviesen en todo el reino. 2 Y sobre ellos tres ministros, de los cuales Daniel era el primero, a quienes estos gobernadores diesen cuenta, para que el rey no tuviese molestia. 3 Entonces el mismo Daniel era superior a estos gobernadores y ministros, porque había en él más abundancia de Espíritu: y el rey pensaba ponerlo sobre todo el reino. 4 Entonces los ministros y gobernadores buscaban excusas contra Daniel en temas del reino; mas no podían hallar alguna excusa o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue en él hallado. 5 Entonces estos varones dijeron: Nunca hallaremos contra este Daniel excusa alguna, si no la hallamos contra él en la ley de su Dios.
6 Entonces estos gobernadores y ministros se juntaron delante del rey, y le dijeron así: rey Darío, para siempre vive: 7 Todos los ministros del reino, magistrados, gobernadores, grandes y capitanes, han acordado por consejo, promulgar un edicto real, y confirmarlo: Que cualquiera que demandare petición de cualquier dios u hombre por espacio de treinta días, sino de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones. 8 Ahora, oh rey, confirma el edicto, y firma la escritura, para que no se pueda mudar, conforme a la ley de Media y de Persia, que no se quebranta. 9 Por esta causa el rey Darío firmó la escritura y el edicto.
10 Y Daniel, cuando supo que la escritura estaba firmada, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cenadero que estaban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba, y confesaba delante de su Dios, como lo solía hacer antes. 11 Entonces se juntaron aquellos hombres, y hallaron a Daniel orando y rogando delante de su Dios. 12 Fueron luego, y hablaron delante del rey acerca del edicto real: ¿No confirmaste edicto que cualquiera que pidiere a cualquier dios u hombre por espacio de treinta días, sino a ti, oh rey, fuese echado en el foso de los leones? Respondió el rey y dijo: Verdad es, conforme a la ley de Media y de Persia, que no se quebranta. 13 Entonces respondieron y dijeron delante del rey: Daniel, que es de los hijos de la cautividad de los judíos, no ha hecho cuenta de ti, oh rey, ni del edicto que confirmaste; ya que tres veces al día hace su petición.
En nuestra época también se dictan leyes y se votan en los parlamentos europeos en contra de la ‘shejitá’ (=la degollación según el rito judío), contra la circuncisión, boicotean productos y científicos israelíes, con excusas de higiene, etc., pero cuando su verdadero móvil es el antisemitismo: para que los judíos se vean ante el dilema de trasgredir las leyes de la Torá o las del estado.

La provocación de Mordejay

La ley dictada por Hamán es un ejemplo de ley antijudía. Todos deben postrarse ante él, y Mordejay dice que no puede hacerlo por ser judío.
Me extraña: la Torá dice que Yaacov se postró siete veces ante Esau. Y en varios lugares nos indican que la gente se postraba ante los reyes o los ministros. ¿Qué problema hay en postrase ante Hamán?
Los Sabios dicen que Hamán tenía un ídolo colgado al cuello y quería que todos se postraran ante este ídolo, y esto no era aceptable a ojos de Mordejay. Las preguntas deberían ser: ¿qué interés puede tener Hamán para que todos se postren ante su ídolo? Y ¿qué hacían el resto de los judíos, se postraban o no? Tal vez pudieran esconderse, evitando estar en los lugares que tuvieran que postrarse ante Hamán.
En cambio Mordejay, da la impresión de estar provocando o desafiando al primer ministro Hamán. Si no está suficientemente claro en la Meguilá, vienen los Sabios y dicen que Mordejay se plantaba en los lugares por los que debía pasar Hamán para que éste viera que Mordejay no se postraba ante él.
Este comportamiento ponía en peligro a todo el pueblo, por los motivos de mutua responsabilidad que ya hemos visto. Seguramente Mordejay era plenamente consciente de lo que hacía, y los Sabios en sus comentarios así lo dicen, que los otros judíos de la ciudad se quejaban diciéndole que con su comportamiento ponía en peligro a toda la comunidad.
Los Sabios del Talmud adjudican a Mordejay el nombre de “ciprés” (brosh, en hebreo), basándose en el versículo de Yesha’yá 55:13 que dice: “En lugar del espino crecerá el ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá el mirto; y esto será para gloria del SEÑOR, para señal eterna que nunca será borrada.”  El espino es Hamán y el ciprés es Mordejay; la ortiga es la Reina Vashtí que fue destituida y el mirto es Ester, cuyo nombre judío era precisamente Hadasá, que significa ‘mirto’.
El ciprés aguanta el vendaval sin inmutarse, sigue erguido sin inclinarse.
La verdad es que la intención de Hamán, como la de cualquier otro antisemita, es la de humillar a los judíos. Y la reacción del judío de la diáspora es aceptar la humillación para evitar que el asunto empeore.
Pero Mordejay no puede soportarlo. La única reacción posible para él es la de levantar la cabeza y no inclinarse ante el malvado. La vida espiritual, la mismísima existencia espiritual, tiene más importancia que la física, y cuando te ponen el dilema y debes elegir entre la vida física y la espiritual, la respuesta debe ser clara.
Es una respuesta muy difícil y tal vez mucha gente no se cree capaz de darla, por lo menos en teoría, aunque luego en la práctica puede ser que lleguen. Esta respuesta es la que hizo que los judíos prefirieran ir a la hoguera en lugar de renunciar a su vida espiritual, lo que les dejó encerrados en las mazmorras mientras los inquisidores les instaban a que pronunciaran una sola palabra de arrepentimiento, de perdón o de aceptación.
Podríamos resumir diciendo que somos responsables de nuestros actos ante el Creador y también ante el resto del Pueblo, ya que cada uno de nosotros es un representante del Pueblo.
En segundo lugar, que debemos fomentar la libertad de expresión y apreciar las diferencias entre nosotros, mientras sean dentro del margen correcto, que nos dan toda la gama del arco iris.
En tercer lugar, saber integrarnos en la sociedad que nos rodea sin dejar por ello de cumplir con nuestros deberes particulares como judíos.
Y por último, debemos conocer la escalera de valores y saber colocar en su lugar adecuado la raya roja que no podremos pasar por mucho que nos opriman y por mucho que nos cueste.