jueves, 3 de noviembre de 2016

El final de la oscuridad


Comentario a la parashá de Miquets

Fin de la prisión

La palabra ‘miquets’, en hebreo, significa ‘al final’. El midrash habla de la expresión, usando el versículo de Job 28:3, diciendo que el Creador ‘pone final a la oscuridad’. Hay cosas que son o pueden ser eternas, mientras que otras tienen un seguro final. La oscuridad es una de las que tienen fin, que no son infinitas.
En nuestro caso, se trata de los años de prisión de Yosef en la cárcel del Faraón. Según nuestra tradición, estuvo Yosef encerrado durante doce años: unos primeros diez años hasta que se le ocurrió pedir ayuda al copero del rey, al final de la parashá anterior, y se le añadieron otros dos años de oscuridad en la prisión.
Dos años que, como todos los que se pasan en prisión, son de suma oscuridad. Seguramente se haría muchas preguntas sobre el motivo de su encarcelamiento injusto, de su injusta esclavitud en manos de Potifar y su mujer, del injusto trato recibido de sus hermanos, que lo echaron al pozo y luego lo vendieron a unos comerciantes que lo llevaron a Egipto.
Tantas injusticias seguidas, inexplicables todas ellas, seguro que tienen un motivo mucho más allá de lo normal. Algo se está preparando. El midrash dice que mientras Yaacov estaba en duelo, y Yosef sufría en su cautiverio, y sus hermanos intentaban consolar a su padre, el Creador estaba tramando la salvación de Israel. No solo la creación de un nuevo e incomparable pueblo, el Hijo Primogénito del Creador, a quién entregaría la Santa Torá, sino que estaba preparando la futura Salvación. No una salvación parcial, no una salvación nacional, sino la salvación eterna de toda la Humanidad, hundida en el lodo del pecado y de la maldad desde el pecado de sus primeros padres, Adam y Javá (Eva).

Fin y finalidad

Hay un fin a la oscuridad, dice Job; no dura para siempre. Y también hay una finalidad. Porque cuando la luz viene después de una gran oscuridad, parece mucho más brillante y nos damos cuenta mucho mejor del cambio dado, mientras que cuando siempre tenemos la luz, nos cuesta mucho más apreciar correctamente su verdadero valor.
Y el midrash nos dice que el valor de esta oscuridad es la preparación de la salvación. Y aquí debemos entender que hay varios niveles de salvación. Hay salvaciones ‘pequeñas’ y hay una gran salvación. Las pequeñas salvaciones vienen a librarnos de más o menos pequeñas penas. Hay penas como la de Yosef en la cárcel, que para él sin duda era muy grande, pero comparada con otras, podemos decir que era pequeña.

Filosofías griegas

Incluso las penas de Israel durante la ocupación de los griegos, hace unos dos mil trecientos años, cuando intentaban anular nuestra sabiduría milenaria cambiándola por sus filosofías ateas, resulta una ‘pequeña’ pena en comparación con todo lo que padece la Humanidad. No menos verdad es que la lucha que tuvieron los Macabeos contra los griegos, culminada en la Salvación que celebramos en la Fiesta de Janucá, la fiesta de la Inauguración del Templo, tuvo crucial importancia en el desarrollo de la sabiduría judía que sumaba las técnicas de investigación griegas a la base profética de nuestra Torá y con ello llegaban a las fantásticas obras de la Mishná y del Talmud, que hasta aquél entonces eran patrimonio de los Sabios y que así se convertían en patrimonio de todo el Pueblo.

Libertad judía

De todos modos, la perniciosa idea del ateísmo ha ido creciendo durante los últimos dos mil años en el mundo. Su base está en la mal entendida libertad. Creen los filósofos griegos y sus alumnos a lo largo de la Historia que la teocracia, el gobierno por medio de mandamientos divinos, limita la libertad individual de cada uno de nosotros. Si esto fuera así, deberíamos efectivamente luchar contra la teocracia.


El punto de vista del judaísmo, por supuesto, está muy lejos de aceptar este concepto de libertad. Y parece que la ciencia moderna se está acercando a nuestros conceptos, ya que se está demostrando que la verdadera libertad es cuando puedes hacer uso de todas tus capacidades físicas, intelectuales y morales. O sea, que la verdadera libertad es el uso correcto de lo que tienes, y que cuando usas mal tus posibilidades, en realidad estás limitando tu propia libertad.
Los mandamientos de la Torá nos proporcionan el dominio de estas facultades para poder usarlas correctamente en el verdadero trabajo de la Humanidad, que es mejorar el mundo en qué vivimos.

Incrementar la luz

El final de la oscuridad depende de varios factores. En primer lugar debemos saber que llegaremos a esta meta, sea como sea, pero que depende de nosotros si la llegada será fácil y dulce o difícil o incluso cruel. Precisamente cuando nosotros desarrollamos nuestra verdadera libertad, al desplegar nuestras capacidades en todo su esplendor, nos hacemos más dignos de alcanzar la meta. Justo con ello va desapareciendo la oscuridad, más y más. Sabemos perfectamente que el mundo está lleno de fuerzas y personas que se oponen a este proceso de libertad y de luz; nuestro consuelo reside en que con un poco de luz se disipa mucha oscuridad.
Las luces de la Januquiá, reflejando levemente la gran luz de lo que era el Candelabro de nuestro Templo, sirven para recordarnos esta luz que cada uno de nosotros puede, y debe, aportar para llegar al final de la oscuridad. Cada lucecita resplandece por separado, indicando la libertad y la importancia de cada individuo en el proceso. Cada día se añade una lucecita más y con ello se va llenando el mundo de más y más luz.

La luz de la Torá

En otra dimensión, que viene a ser casi exactamente lo mismo, debemos añadir cada día un pequeño esfuerzo en nuestro esfuerzo por saber más, por entender mejor cómo usar correctamente el gran potencial de éste mundo en qué vivimos. Una página del Talmud, un capítulo de Mishná, etc. Precisamente este lunes, 23 de Quislev (15 de diciembre) hemos comenzado un nuevo ciclo de estudio de “Mishné Torá” de Maimónides, que durará unos tres años en los que abarcaremos toda la obra enciclopédica de nuestro gran Sabio en la que resume todas las enseñanzas del Talmud. Estudiando un capítulo cada día (las dos primeras semanas son para la introducción y para la lectura resumida de la lista de los 613 mandamientos, y solo en el shabat 5 de Tevet – 27 de diciembre –, se comienza el primer capítulo) conseguiremos nosotros también añadir más y más luz y aceraremos un poco más el final de la oscuridad.

El Fuego que enciende la Menorá


Comentario a la parashá de Miquets

El sueño de Yosef

La Torá nos explica cómo, después de haber vendido a su hermano Yosef a los comerciantes midyanitas, diez de los hijos de Yaacov llegan a Egipto y se encuentran con él sin ser capaces de identificarlo. No podían ni soñar que su hermano, vendido como esclavo, pudiera haberse convertido en el Virrey de Egipto.
Cierto que habían oído los sueños de su hermano pequeño, pero no habían sido capaces de entenderlos.
En el primer sueño había tres fases: en la primera, ‘ellos’, todos los hermanos, ataban gavillas en el campo; en la segunda ya no hay campo ni ‘ellos’, sino tan solo la gavilla de Yosef que ‘se levanta y se asienta’; en la tercera y última fase, aparecen solo las gavillas de los hermanos que se postran ante la de Yosef. No hay que ser un gran intérprete de sueños para entenderlo, sobre todo cuando ya sabemos el final: en la primera fase están todos en la Tierra de Israel, el campo, atando sus gavillas, procurando cada uno por su progreso personal. En la segunda fase, ya fuera de la Tierra Santa, se levanta ‘el progreso’ de Yosef que había estado tumbado, como esclavo y como prisionero en las cárceles, y consigue asentarse al convertirse en Virrey de Egipto. En la última fase vienen sus hermanos a pedir su ayuda económica, a comprar provisiones para afrentar los años de carestía que azotaban toda la zona.

El cumplimiento del sueño profético

Ahora, en nuestra parashá, cuando se estaba cumpliendo palabra por palabra el primer sueño, el mismo Yosef debía hacerles entender otro tema muy grave. La despedida que había tenido de sus hermanos, unos veintidós años antes, había sido muy poco amistosa: casi le habían matado antes de optar por echarlo al pozo, y de allí a venderlo como esclavo. Así no se trata a un hermano. Y menos cuando estamos formando algo muy serio y muy importante como es el futuro Pueblo de Israel.
Debían haber comprendido que cada uno de los hermanos, incluso aquél que parecía ser diferente de los demás, tenía una enorme importancia en la construcción de este gran Pueblo, y no podía prescindirse de nadie.
A los hermanos les cuesta mucho entender esto. Para ellos, Yosef era un enemigo, que intentaba expulsarles de la Sagrada Familia. Así como el padre de Avraham, Téraj, había quedado excluido, y luego Lot, su sobrino; después habían desaparecido Yishma’el y los hijos de las concubinas de Avraham; finalmente se había despedido también a Esau. Los hermanos temían que Yosef estaba tramando expulsarlos a ellos. No entendían los sueños de su hermano: creían que era un montaje para propiciar la opinión del padre para que les excluyera. El comportamiento de Yosef no ayudaba a mejorar su imagen, ya que parecía desacreditarlos ante su padre con sus historias. Hasta que estuvieron convencidos que debía condenársele a muerte. Claro que estaban equivocados, pero esto tampoco significa que fueran malos.
Pero ellos creen que Yosef es un malvado. No entienden su forma de actuar, creen que todo son trucos, creen que es un farsante. Y él lo sabe, y no sabe cómo sacarles de su error.
Por esto intenta arrestar a uno de los hermanos, a Shim’ón, quien había tenido la idea de matarlo, mientras los demás van a traer las provisiones a sus familias. No parece preocuparles demasiado que también Shim’ón haya ‘desaparecido’ de la familia, seguramente creían que podrían solucionar el problema fácilmente, pero aun así deberían haber protestado y exigido su libertad. Y este es el motivo por el que Yosef no tendrá más remedio de ‘arrestar’ a su hermano materno, a Binyamín. Y aquí sí, aquí Y’hudá protesta y lucha por él.
Parecería que los hermanos han comprendido el mensaje, al final del proceso. Por desgracia no es así.

Yo temo a D’ios

Ya en este primer encuentro, antes de descubrirles su verdadera personalidad, Yosef les ‘ataca’ con una declaración muy dura para ellos. Debería resultarles muy difícil oír de boca de un gobernador egipcio unas palabras así: “yo temo a D’ios” (Génesis 42:18). Yo sí, y vosotros no.
Ellos reaccionan muy rápidamente, haciendo un examen de conciencia muy profundo, tres versículos más adelante (id. 42:21): “somos culpables por nuestro hermano…”. No deberíamos haberle abandonado de este modo. Siguen opinando que es un malvado, pero reconocen que no deberían haberle tratado de este modo.
A continuación tendrá que hablar con ellos varias veces, al descubrirles su verdadera identidad, tendrá que explicarles que se está realizando un plan muy antiguo, que el Creador ya se lo había anunciado a Avraham en el pacto que hizo más de cien años antes.

Drama inacabado

El drama no acaba ni siquiera cuando, ya muerto su padre, al final del libro del Génesis, ellos siguen creyendo que Yosef es un malvado que aprovechará la muerte de su padre para vengarse. Y por ello, a lo largo de la Historia de nuestro Pueblo, sigue flotando una sospecha sobre la cabeza de Yosef y de sus descendientes y alumnos, de aquellos que siguen sus pasos y su modo de ser, que son considerados malvados, cuando en realidad su corazón está lleno de un verdadero temor al Creador.

El drama de la identidad de los discípulos de Yosef, fieles miembros del Pueblo, fieles servidores del Creador, con un camino particular tan diferente al de su hermano Y’hudá, despierta precisamente en la fiesta de Janucá, precisamente cuando los griegos intentan separarlo de sus raíces judías. El midrash que habla del aceite del Sumo Sacerdote que no se había impurificado, se refiere precisamente a esto, al temor, al respetuoso amor al Creador que se esconde en su corazón incluso cuando nos da la impresión de que se une al enemigo. Y luego este amor respetuoso, este temor al Creador, es el fuego que sirve para encender precisamente el candelabro del Templo.

el Introvertido


Comentario a la parashá de Toldot

El relevo

Yitsjac toma el relevo. Después de comenzar un proyecto espectacular, con unas directrices de bondad y de optimismo, por iniciativa del Patriarca Avraham, ha llegado el momento de pasarle el protagonismo a Yitsjac.
El problema es que Yitsjac es diferente, no quiere ser protagonista, no se guía por la bondad. No por ser malo, sino porque tiene otra personalidad, muy diferente, que le lleva por otros caminos. La bondad significa extroversión, pero Yitsjac es introvertido, recatado, callado. Apenas le oímos decir algo, apenas le vemos hacer algo.
No es que no se vea como continuador del proyecto de Avraham, sino que tiene otra forma de hacer las cosas. Él se propone perfeccionar los trabajos de su padre, corregir y adaptar a la nueva generación las enseñanzas heredadas de su gigantesco predecesor.

No entrometerse

Su punto de vista sobre lo que ocurre en el mundo es muy diferente del de su padre. Yitsjac opina que la obra divina es perfecta y no debemos entrometernos, ya que todas las vicisitudes son imprescindibles para llegar al buen término, y si anulamos o evitamos alguna de ellas no hacemos más que complicar el proceso y ‘obligar’ al Eterno a usar otros métodos para llevar a cabo su meta. Y esto no le parece correcto. Al final del capítulo 24 vemos que salía al campo a ‘conversar’ con el Creador. No tenía peticiones: solo quería conversar.
Pero ya al principio de nuestra parashá, el Creador le demuestra que este punto de vista es peligroso. Hay problemas en el mundo, que el Creador permite, pero que han sido desarrollados por el hombre, y por lo tanto le corresponde al hombre rectificarlos. El mal que hay en el mundo no es creación del Eterno sino del hombre. El Eterno no hace más que permitirlo, darle lugar.
Por lo tanto, existe una dura tarea de corrección de los daños que el hombre ha causado, y esta es una de nuestras misiones en el mundo.
Por ejemplo, el hecho de no tener descendencia. Tanto él como su mujer son estériles. Defecto físico, sí, pero que nace y depende de un defecto espiritual que pueden y deben corregir. Según el altísimo nivel de estos patriarcas, habían cometido unos errores o habían nacido en unas condiciones que les impedían traer nuevas vidas al mundo.
Cuando Yitsjac se da cuenta que este defecto de esterilidad, que tal vez dependa de ella, le obligará a divorciarse de su mujer para casarse con otra, Yitsjac se horroriza y por primera vez le pide al Creador que haga cambios en sus planes. Y este cambio de actitud es el que les cura, tanto a él como a Rivcá.

Le escriben la historia

Pero no le hace cambiar de personalidad, claro. Sigue siendo una persona introvertida y casi pasiva. Deja que las cosas ocurran sin encararse con las circunstancias. Así no lucha por los pozos excavados cuando se apoderan de ellos los filisteos, sino que emigra a otro lugar y cava un pozo nuevo.
Y por este motivo, también, es su mujer la que debe luchar por salvar a su hijo Yaacov de las garras de su hermano Esau, ‘engañando’ a su padre Yitsjac. Yitsjac permite que le escriban la historia, que le digan lo que tiene que hacer.
La enorme diferencia de personalidades que se revela entre nuestros Patriarcas no impide que cada uno de ellos se convierta en una ‘Carroza’ sobre la cual ‘cabalga’ la Presencia Divina, y es el motivo por el que nosotros los consideramos a todos y cada uno de ellos por separado al alabar en nuestras oraciones al D’ios de Avraham, el D’ios de Yitsjac y el D’ios de Yaacov, para recalcar que precisamente su diversidad enriquece las relaciones del Pueblo con el Creador.

Yitsjac es el ejemplo de fortaleza introspectiva, que se basa en las iniciativas de su padre sin reclamar honores de creatividad y las desarrolla, las continúa y las perfecciona. Examina sus facultades y les saca el mayor provecho posible para el servicio divino.

El Sol Radiante


Comentario a la parashá de Nóaj

El Fin del Mundo

Están de moda las películas y los libros que tratan de un terrible episodio, tanto si es bélico como si trata de un gigantesco desastre climático o sideral, que lleva a un inesperado fin del mundo. Unos pocos supervivientes se enfrentan con una penosa reconstrucción del mundo, lo más parecido al anterior que conocían. En algunas películas se sirven de los adelantos científicos y en otras versiones regresan a la ‘prehistoria’.
De todos modos, se trata siempre de intentar confrontar la imaginación con una crisis terrible en que desaparece todo lo conocido y el hombre debe aprender de nuevo los rudimentos más esenciales para poder sobrevivir. E intentar construir una sociedad más humana, más ética, más amable.

El Caos

El desastre del Diluvio, y más tarde el de la Torre de Babel, son borrones de la Humanidad ante un potencial mucho mejor, que deben aprender a poner en marcha. La Humanidad puede hacerlo mucho mejor de lo que hacía, solo necesita aprender el código natural que rige el mundo, no solo para no causar daños innecesarios, sino para sacarle el provecho de un modo adecuado.
Según nuestros Sabios, el Diluvio estaba en plena etapa del Caos, una era oscura en la que el hombre desconoce el significado del código natural, o desconoce incuso que haya un código, sino que cree que todo funciona accidentalmente, por puro capricho.
Dentro del Arca una familia se salva, la familia destinada a reconstruir el mundo. Es lo mejor de la especie humana, aunque ni de lejos lo mejor que podría haber habido. Si Nóaj (Noé) hubiera vivido en tiempos de Avraham, hubiera quedado relegado a niveles muy por debajo del de nuestro Patriarca. Dentro la familia de Nóaj hay gran potencial, pero también hay una ‘oveja negra’, Jam (Cam) padre de Cná’an. Jam es un inconformista, el peor sentido de la palabra, que rechaza las directrices divinas, no por considerarlas incorrectas, sino por no querer seguir pautas impuestas. Quiere demostrar a todos, y a sí mismo, que es libre de obrar como le dé la gana. Prefiere un mundo caótico e ir probando las posibilidades más descabelladas sin sentir remordimientos.

Directrices naturales y sobrenaturales

En realidad, los Sabios enfocan su rebeldía en los temas sexuales, al participar en un atentado contra su padre Nóaj. Unos opinan que Jam y su hijo Cná’an violaron a Nóaj cuando estaba borracho y otros opinan que lo castraron para que no tuviera más hijos. De todos modos se trataba de una rebeldía contra la directriz natural, con la diferencia que ahora ya sabe que está atentando contra la naturaleza.
Esta es, como hemos dicho, la directriz natural. Pero hay también un criterio sobrenatural, aún desconocido para ellos.
Debemos reconocer que el Hombre está por encima del resto de la naturaleza. Posee unas cualidades especiales, en su propia naturaleza, que lo señalan como especial: en su sistema nervioso, en su cerebro, en el funcionamiento de sus órganos físicos. Todo indica que la naturaleza le brinda un papel especial, una misión sobrenatural, que podríamos llamar ‘divina’, marcada por todas estas dotes que la naturaleza le otorga, aparte del alma trascendental que no tienen el resto de las criaturas.

la Historia

El caso es que la mayoría de los miembros de esta Humanidad no están dispuestos a aceptar este cometido divino y quieren ‘solidarizarse’ con el resto de la naturaleza en un funcionamiento rutinario desvinculado de responsabilidades extraordinarias.
Por ello nos maravillamos al encontrarnos al final de la parashá emerge la figura de Avram, el futuro Patriarca Avraham, como un sol radiante, como dice el profeta Yesha’yá (Isaías 41:2). Un hombre; el único, de momento, que merece el nombre de Hombre por el simple hecho de aceptar esta misión especial que la naturaleza le brinda, haciendo uso correcto de su alma y de su cuerpo. Un hombre que pone en funcionamiento todas sus capacidades para intentar mejorar el mundo en que vive. Y nosotros somos sus hijos, fieles y tenaces seguidores de su camino, como indica el mismo profeta en el mismo capítulo.

Aquí comienza la verdadera Historia, ya que, según nuestros Sabios, todo lo que antecede a Avraham no puede de ningún modo entenderse al pie de la letra, sino que forma parte del llamado “Ma’asé Breshit” – Acto de la Creación, una ciencia esotérica a la que se llega después de largos estudios de la Torá, sin posibles atajos. Y lo que vamos aportando son resúmenes simplificados de lo poco que nos destaparon los Sabios.

El Libro del Recto


Comentario al Libro del Génesis

El Comienzo

El libro de Breshit (Génesis) es el libro del Comienzo.
Un libro lleno de historias emocionantes, las aventuras y desventuras de una familia que emerge de la oscuridad del Caos original y que acaba, en este libro, en la oscuridad de los egipcios. La llamada Historia Sagrada y la verdadera Sagrada Familia.
Los padres de esta familia son los Patriarcas Avraham, Yitsjac y Ya’acov, y las Matriarcas Sará, Rivcá, Rajel y Leá. Ellos son el verdadero Comienzo de la Humanidad, ya que todo lo que había antes era una retahíla de fracasos.
Ya el primer hombre, Adam, fracasa en su primera misión y arrastra a sus descendientes a un mundo caótico, desconociendo a su Creador y Director. La Humanidad no solo se autodestruye, sino que arrastra tras ella al resto de la naturaleza al desastre del Diluvio. Y esta lección parece ser insuficiente, visto el nuevo desastre de la Torre de Babel.

El hombre utópico

Hasta que aparece Avraham. Un hombre utópico. Un hombre dispuesto a sacar de sí mismo todo el jugo que pueda, sin darse descanso, como dice al final de su vida que “murió harto de días” indicando que cada uno de sus días estaba repleto de actividad.
Este hombre consigue formar una familia, después de un intento en falso del que sale el hijo de la esclava, Yishmael, el pseudo-primogénito. Y también el Patriarca Yitsjac tiene sus problemas con su propio pseudo-primogénito Esau. Estos dos han de formar la ‘competencia’ al Pueblo de Israel, los musulmanes, descendientes de Yishmael y los cristianos romanos, según nuestra tradición descendientes de Esau.
Solo a partir del Patriarca Ya‘acov podemos hablar de una familia de profetas. Como explica el libro del Cuzarí, que eran todos aptos para recibir la Palabra Divina, para ponerse en contacto directo y consciente con el Creador. Y esta aptitud puede ser traspasada a sus propios hijos y descendientes, para formar un Pueblo de Profetas, en el que habrá cientos de miles de individuos que alcancen el grado de profetas y muchos más que lleguen a un grado muy cercano.

¿Quién será el líder?

Dentro de la familia hay diferentes funciones, y cada individuo debe esforzarse para llevar a cabo adecuadamente su cometido. Por esto se despiertan unas rivalidades intestinas, tanto entre las Matriarcas Rajel y Leá como entre sus hijos, capitaneados por Yosef y Yehudá, relegando a R’uvén, el primogénito, a un segundo o tercer término.
Las grandes funciones son, por supuesto, las de liderazgo. En teoría podrían reunirse en una sola persona todas las funciones del líder, pero vemos que se disgregan entre varios líderes políticos: Yehudá y Yosef, y uno espiritual, que aparecerá mucho más tarde, – Leví.
Pero el resto de los hijos también tienen su importancia, como indican las bendiciones que recibirán tanto de su padre, al final del libro de Breshit, como de Moshé, al final del último libro de la Torá.

La Rectitud

Pero sobre este trasfondo histórico nos acostumbramos a ver cómo surge y se desarrolla un comportamiento ético y moral que ha de ser la base de este Pueblo, como ya instituyó el Patriarca Avraham y fue reconocido por el Creador en el capítulo 18, versículo 19.

Por esto llamamos a este libro con el sobrenombre de ‘Séfer ha-Yashar’ = “Libro del Recto”, libro en el que aprendemos el significado de la Rectitud, del comportamiento correcto. Y al aprenderlo y ponerlo en práctica correctamente nos ganamos también nosotros, como Pueblo, el sobrenombre de Yeshurún (ver Deuteronómio 33:5) “el Recto”.