Comentario
a la parashá de Toldot
El relevo
Yitsjac
toma el relevo. Después de comenzar un proyecto espectacular, con unas
directrices de bondad y de optimismo, por iniciativa del Patriarca Avraham, ha
llegado el momento de pasarle el protagonismo a Yitsjac.
El
problema es que Yitsjac es diferente, no quiere ser protagonista, no se guía
por la bondad. No por ser malo, sino porque tiene otra personalidad, muy
diferente, que le lleva por otros caminos. La bondad significa extroversión,
pero Yitsjac es introvertido, recatado, callado. Apenas le oímos decir algo,
apenas le vemos hacer algo.
No es
que no se vea como continuador del proyecto de Avraham, sino que tiene otra
forma de hacer las cosas. Él se propone perfeccionar los trabajos de su padre,
corregir y adaptar a la nueva generación las enseñanzas heredadas de su
gigantesco predecesor.
No entrometerse
Su
punto de vista sobre lo que ocurre en el mundo es muy diferente del de su
padre. Yitsjac opina que la obra divina es perfecta y no debemos entrometernos,
ya que todas las vicisitudes son imprescindibles para llegar al buen término, y
si anulamos o evitamos alguna de ellas no hacemos más que complicar el proceso
y ‘obligar’ al Eterno a usar otros métodos para llevar a cabo su meta. Y esto
no le parece correcto. Al final del capítulo 24 vemos que salía al campo a
‘conversar’ con el Creador. No tenía peticiones: solo quería conversar.
Pero ya
al principio de nuestra parashá, el Creador le demuestra que este punto de
vista es peligroso. Hay problemas en el mundo, que el Creador permite, pero que
han sido desarrollados por el hombre, y por lo tanto le corresponde al hombre
rectificarlos. El mal que hay en el mundo no es creación del Eterno sino del
hombre. El Eterno no hace más que permitirlo, darle lugar.
Por lo
tanto, existe una dura tarea de corrección de los daños que el hombre ha
causado, y esta es una de nuestras misiones en el mundo.
Por
ejemplo, el hecho de no tener descendencia. Tanto él como su mujer son
estériles. Defecto físico, sí, pero que nace y depende de un defecto espiritual
que pueden y deben corregir. Según el altísimo nivel de estos patriarcas,
habían cometido unos errores o habían nacido en unas condiciones que les
impedían traer nuevas vidas al mundo.
Cuando
Yitsjac se da cuenta que este defecto de esterilidad, que tal vez dependa de
ella, le obligará a divorciarse de su mujer para casarse con otra, Yitsjac se
horroriza y por primera vez le pide al Creador que haga cambios en sus planes.
Y este cambio de actitud es el que les cura, tanto a él como a Rivcá.
Le escriben la
historia
Pero no
le hace cambiar de personalidad, claro. Sigue siendo una persona introvertida y
casi pasiva. Deja que las cosas ocurran sin encararse con las circunstancias.
Así no lucha por los pozos excavados cuando se apoderan de ellos los filisteos,
sino que emigra a otro lugar y cava un pozo nuevo.
Y por
este motivo, también, es su mujer la que debe luchar por salvar a su hijo
Yaacov de las garras de su hermano Esau, ‘engañando’ a su padre Yitsjac.
Yitsjac permite que le escriban la historia, que le digan lo que tiene que
hacer.
La
enorme diferencia de personalidades que se revela entre nuestros Patriarcas no
impide que cada uno de ellos se convierta en una ‘Carroza’ sobre la cual ‘cabalga’
la Presencia Divina, y es el motivo por el que nosotros los consideramos a todos
y cada uno de ellos por separado al alabar en nuestras oraciones al D’ios de
Avraham, el D’ios de Yitsjac y el D’ios de Yaacov, para recalcar que precisamente
su diversidad enriquece las relaciones del Pueblo con el Creador.
Yitsjac
es el ejemplo de fortaleza introspectiva, que se basa en las iniciativas de su
padre sin reclamar honores de creatividad y las desarrolla, las continúa y las
perfecciona. Examina sus facultades y les saca el mayor provecho posible para
el servicio divino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario