Milagros y proezas
Dice Maimónides
en Yesodéi Ha-Torá 8:3 que “si aparece un Profeta que hace grandes milagros y
proezas, y propone abolir la Profecía de Moshé (Moisés), no debemos hacerle
caso… ya que la profecía de Moshé no depende de los milagros para que podamos
comparar unos milagros con otros, sino que nosotros también lo vimos con
nuestros propios ojos”.
Al decir
que “nosotros también lo vimos con nuestros propios ojos”, solo se refiere a la
profecía de Moshé, la Apocalipsis (Αποκάλυψις = Revelación Divina en griego, o
Hitgalut, הִתְגַּלּוּת en
hebreo) del Monte Sinai, en la que fuimos testigos de que el Creador se ponía
en contacto con nosotros y luego le trasmitía a Moshé el resto de los
Mandamientos.
Mandamientos antiguos
Pero,
¿qué diremos de los mandamientos recibidos en tiempos de los Patriarcas, como
la Circuncisión, en tiempos de Avraham, la prohibición de comer miembros de un
animal vivo, que fue expresada a Nóaj (נֹחַ = Noé), o el tendón ciático
que fue prohibido a los hijos de Yaacov?

Por lo
tanto, si alguien viniera más tarde a anular o abolir los mandamientos
recibidos en aquel momento en el que todos fuimos testigos o incluso
protagonistas del encuentro entre el Creador y la Humanidad, aunque se apoye en
milagros o prodigios, ya sabremos que no podemos fiarnos de él.
Por eso
la Torá no fue entregada en tiempos de los Patriarcas, sino en tiempos de Moshé,
cuando el Pueblo de Israel ya era numeroso y todos sus miembros fueron testigos
visuales de la entrega de la Torá Divina por medio de Moshé.
El testigo no puede convertirse en juez

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